El ex
presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, ha fallecido a los 95 años, según ha
informado el presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, que ha añadido que se ha ido
en paz en su casa de Johannesburgo, en compañía de su familia. La muerte se ha
producido alrededor de las 20.50 hora local, después de una larga convalecencia
por una infección pulmonar. "Sudáfrica ha perdido a su padre", afirmó
Zuma.
Mandela se fue como vivió: luchando.
Su última batalla la libró contra su cuerpo castigado del tiempo
pasado, de los años, de las cicatrices. Se ha marchado alguien que parecía
inmortal o que debía serlo. Ahora el mundo se queda huérfano de espejos en los
que mirarse. Se quebró el espejo, se quebró Nelson Rolihlahla Mandela. Se quebró el árbol, que es lo
que significa su nombre en su lengua: el hombre que tira de la rama de un
árbol.
Mandela se fue 'encerrado'
entre algunos muros, como vivió buena parte de su vida, aunque esta vez no
estuvo solo. Estuvo con los suyos, su familia, y con cientos de miles de
personas que han rezado hasta el último segundo para no despertar mañana en un mundo sin Madiba. Se ha ido en
su casa, pero pasó muchas semanas en una estrecha habitación de un hospital de
Pretoria, contemplando una perfecta metáfora de lo grande de su obra: hasta no
hace mucho, en su país, en su invento, los hospitales eran para blancos
o para negros, nunca eran para los dos.
Y con su muerte
llegan las incógnitas, el imposible ayer, los miedos infundados,
las dudas razonables, pero hoy, sin más, el mundo se detendrá durante algunas
horas para llorar la muerte del más querido de sus huéspedes. El hombre que
tras 27 años de encierro salió de la cárcel, se convirtió en presidente de un país partido en mil pedazos,
dentro de un continente partido en varios pedazos y dentro de un mundo partido
en dos pedazos (americanos y rusos). Él miró para otro lado, decidió hacerlo a
su manera y se inventó este imposible y fascinante experimento lleno
De imperfecciones llamado Sudáfrica.
Hoy, en su muerte, quizá
sea el momento de arreglar una pequeña deuda histórica: el cine llevó a través
de Invictus a Mandela hasta muchos jóvenes. La
gran película de Eastwood se permitió una licencia, decir que el presidente
entrega al capitán del equipo de rugby el poema de Invictus antes de la
final. Ese
maravilloso poema es cierto que Mandela lo leía en prisión para soportar
ausencias y adversidades, pero lo que Mandela entregó a Francois Pieenar es un
texto que quizá hoy en su marcha sirva de ejemplo de su figura. Se titula 'El hombre en la arena' y
forma parte de un discurso que Theodore Roosvelt hizo en la Sorbona de París en
1910. Dice así:
"No importan las
críticas; ni aquellos que muestran las carencias de los hombres, o en qué
ocasiones aquellos que hicieron algo podrían haberlo
hecho mejor. El reconocimiento pertenece a los hombres que se
encuentran en la arena, con los rostros manchados de polvo, sudor y sangre;
aquellos que perseveran con valentía; aquellos que yerran, que dan un traspié
tras otro, ya que no hay ninguna victoria sin tropiezo, esfuerzo sin error ni
defecto. Aquellos que realmente se empeñan en lograr su cometido; quienes conocen el entusiasmo, la devoción; aquellos que
se entregan a una noble causa; quienes en el mejor de los casos encuentran al
final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos,
si fracasan, al menos caerán con la frente
bien en alto, de
manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas que, frías y tímidas, no
conocen ni victoria ni fracaso".
Desde la dirección de este blog le damos el pésame a la familia, nos deja un gran hombre y un gran defensor de los derechos humanos. descanse en paz.
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fuente: http://www.elmundo.es/
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